Recuerdo un viejo refrán brasilero que dice «el diablo está en los detalles». Con sumo cuidado a los detalles, a lo largo de la historia, unos pueblos han dominado sobre otros. Cuidando esos pequeños detalles se ganan no solamente mundiales de fútbol, series mundiales de béisbol y olimpiadas, también se triunfa en batallas de verdad, en guerras reales. Con detalles se invaden naciones, con detalles se imponen candidatos en elecciones, podría hacer centenares de ejemplos.
Las naciones tienen el destino que se merecen no tanto por la perversidad del estado y sus gobernantes, que ya se sabe son perversos, sino por la apatía, ignorancia, falta de actitud y poca capacidad de análisis de sus ciudadanos.
Todo es de detalle en esta vida. Ahora más que nunca que vivimos en un mundo altamente tecnificado, cuidar los detalles técnicos de la democracia se vuelve un punto de referencia que no puede perderse de vista. Recordemos que así se mantuvo Chávez en el poder por muchos años, no solamente con evidentes fraudes electorales, también con un marcado amedrentamiento psicológico en la década entre 2000 y 2009.
En ese entonces se pudo descubrir que el Estado conocía la preferencia de votación de cada uno de los ciudadanos de la nación. Las listas de votación eran utilizadas por los ministerios públicos como elemento de decisión cuando el ciudadano solicitaba por ejemplo un pasaporte. Evidentemente se le negaba la solicitud a todo aquel que hubiese votado en contra del régimen. Un pequeño detalle de diseño en la base de datos comprometía seriamente el secreto del voto, lo que desembocaba en un gran problema para la democracia y para la gente.
Por supuesto hoy la pérdida de la democracia de Venezuela es evidente para todos, pero no lo era en ese momento. Los incautos ciudadanos demoraron mucho en darse cuenta, mientras se debatían entre «¿será verdad o una teoría conspirativa?». En el tiempo en que se daba el debate público, el impostor (Chávez) ya había cobrado su botín, ya había salido del lugar del delito, ya había desaparecido las evidencias iniciales, se encontraba cómodamente en su palacio presidencial disfrutando en paz con sus cómplices e irónicamente, como buen bandido con poder, aparecía en televisión llamando a la calma, la paz y la reconciliación.
En el caso de Colombia, sus ciudadanos tienen al menos una década presenciando el descalabro de su Estado. El avance de corrientes globalistas (no confundir con globalización) se observa en las decisiones que toman a diario sus gobernantes sin importar la tendencia política, mientras se aprecia el deterioro de la legitimidad institucional marcado por la presencia paulatina de terroristas, narcotraficantes y bandidos en el congreso.
Aún con las evidencias palpables, los ciudadanos colombianos están hipnotizados entre el miedo de una supuesta pandemia y la «lucha» de supuestas corrientes políticas, lucha por demás estéril porque todos los políticos pertenecen a los mismos intereses del poder global (AGENDA2030).
Pero ¿podríamos culpar de todo a sus gobernantes?
Definitivamente no. La culpa, en caso de existir, es mayoritariamente de los propios ciudadanos. Y no puedo dejar pasar la oportunidad de citar este ejemplo práctico. Verán, recientemente se efectuó en el condominio dónde resido la tradicional ASAMBLEA de COPROPIETARIOS. Debido a la falsa pandemia, el consejo de administración decidió acatar como mansos corderos las medidas absurdas, impuestas a dedo por la Secretaria de Salud de Bogotá, que a su vez fueron direccionadas por el Ministerio de Salud, quien obviamente las recibió de la corrupta y nefasta OMS (Organización Mundial de la Salud).
Por tal motivo la reunión de condominio, era de esperarse, se realizó a través de una plataforma virtual es decir a través de Internet. Como toda asamblea de condominio es normal tener que tomar decisiones referentes a la copropiedad, por lo que habilitaron un sistema electrónico de votación (en linea).
Teniendo experiencia en el análisis de sistemas electorales tanto de Colombia como de otros países y como es costumbre de un ingeniero, apenas entré a esta nueva plataforma y comenzaron las primeras votaciones internas, rápidamente me familiaricé con las pestañas adicionales de la aplicación. Conseguí un hallazgo que me dejó con la boca abierta:
Siendo un simple asistente a la reunión, noté que una de las pestañas de la aplicación me permitía ver cuál era la opción que votaba cada vecino en cada pregunta.
Inmediatamente reporté a los organizadores lo que cualquier persona con dos dedos de frente interpretaría como una violación flagrante a la democracia: el secreto del voto no existía.
El presidente de la asamblea muy oportunamente comunicó a todos los asistentes mi hallazgo, pero extrañamente ninguno de los más de 100 asistentes parecía contrariado con la infausta noticia, salvo una persona, cuya intervención no reflejó la gravedad del asunto; más bien invitaba a seguir adelante, sugiriendo «prestar atención a ese detalle la próxima reunión«. Es decir a nadie le molestó que el voto fuese público, para muchos no era un problema mayor, tampoco una inconsistencia que podría generar conflictos de intereses y otros asuntos de cuidado. Nunca antes había observado una apatía de tales magnitudes.
Concluí entonces que nadie estaba sintonizado con la transparencia de procesos, mucho menos con los valores básicos que mal que bien ofrece la democracia. En ese momento mi cabeza solo podía pensar en una frase:
Soy la minoría (inferior al 1%) tratando de explicar al 99% un problema sistémico que la apatía y la falta de visión no les permite entender.
Estos ejemplos de apatía mezclada con falta de visión abundan en las naciones del mundo. Los bandidos se aprovechan de estas debilidades para atrapar a sus víctimas. Y cuando el bandido está en el poder gubernamental es mucho más difícil de sacar que una simple asamblea de condominio.
Resolví entonces pronunciarme públicamente dejando constancia que no iba a poder votar en las siguientes preguntas hasta finalizar la reunión, todo lo votaría en blanco. Por supuesto, como era de esperarse, tampoco se generó ninguna reacción.
Nuestra existencia en este planeta está profundamente marcada por procesos que deben ejecutarse cabalmente. Desde preparar alimentos, construir medios de transporte para movernos y hasta conservar las libertades ciudadanas, absolutamente todo depende de procesos bien hechos, íntegros. Cuando alguno de estos procesos no está bien, aún tratándose del micro ámbito de nuestra parroquia, y desde el momento en que nadie se molesta por los detalles, estamos abriendo la puerta a la apatía y la falta de visión, dos debilidades que por milenios nos han llevado al descalabro.
Los ejemplos están a la vista. Si un alimento está preparado de forma inadecuada desde la industria, el resultado puede ser una intoxicación masiva por lotes de expedición. Si un medio de transporte ha faltado a los estándares de seguridad en su ensamble, miles de personas pueden sufrir una muerte trágica. Si un proceso electoral viola de entrada las bases de la democracia, carece de integridad pero además a nadie le importa, toda la nación está en peligro de perderse.
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